COFRADEMANIA

domingo, 1 de marzo de 2009

La vela del Cristo no es opaca


Reconozco que me gusta el Cristo. Es una hermandad que, pese a estar en muchos casos alejada de mis gustos estéticos y de mis intenciones piadosas, siempre me ha traído una brisa de recuerdos, una llovizna fina de emociones, de esas que no mojan, pero que calan hasta los huesos. Posiblemente, haber visto la salida de la cofradía desde el balcón de un aula del Grupo Franco, donde mi madre era profesora, durante tantos años de infancia, haya hecho que aún sin quererlo, siempre tenga que ir a encontrarme con esa vela que no deja que nadie se esconda tras ella.
Es curioso mi caso, podrían ustedes decir. Porque evidentemente, la Virgen del Valle reúne muchos más factores que pudieran acercarme a Ella que el propio Cristo de la Expiración, con sus melenas al viento y sus cargadores. Soy costalero, me gustan los palios de trazas sevillanas, las dolorosas bien vestidas (qué descubrimiento, Fernando Barea, uno más en tu lista, de una gran dolorosa), las levantás al cielo, el incienso, el compás de una bambalina haciendo eco del redoble del tambor... Todo eso me gusta, y sin embargo, soy del Cristo de la Expiración mucho más que de Ella, porque tras su vela no existe la oscuridad.
Será por eso que me gusta la gente que va de frente, algo que tantas y tantas veces he denunciado en estas páginas, o en el foro en el que haya tenido la oportunidad de expresarme. Las cofradías necesitan de ese perfil de cofrades, gente comprometida que vaya con su verdad por delante, o con su mentira.Pero de frente, amigo, que una batalla jamás se ganó escondiéndose del enemigo, sino plantándole cara. Y claro, la gente del Cristo eso lo tiene relativamente sencillo, porque su Cristo lleva el pecho enfrentado al mundo, la melena desafiante, y una vela que no deja que nadie se esconda tras ella.
No es casualidad que sean así, de verdad. Los cofrades somos fiel reflejo de los titulares a los que amamos, porque en el fondo son ellos quienes nos encuentran a nosotros, y no al revés. Acabamos encajando en los sitios donde una imagen, aún con aire en los pulmones, abre los brazos para abrazarnos y decirnos que no hay sitio para los dobleces. No, al menos, tras la vela del Cristo...
Y todo esto viene porque andan molestos conmigo en la hermandad del Cristo, seguramente porque yo no me haya sabido explicar. Ojalá comprendieran que a veces es sumamente complicado resumir en apenas treinta líneas lo que lleva coleando desde el Viernes Santo del año pasado, y uno puede cometer errores de apreciación de los que debe disculparse.
Así lo hago ahora, ya que es cierto que desde las Viñas hasta el palquillo hay la misma distancia que desde la Ermita hasta la Alameda Cristina, y prácticamente en el mismo tiempo. Pido disculpas porque su hermano mayor ha tenido a bien hablar conmigo, y no permitir que nadie pusiera en duda el cariño que le tengo a la hermandad, y eso, al menos para mí, vale mucho. Y ha tenido la valentía de reconocer, en demasiadas ocasiones además, que el año pasado se equivocaron con el piano y con otros asuntos que bien valieron una reprimenda en su momento, pero no el linchamiento público al que, en muchos casos, se les está sometiendo.
Así que como tras la vela del Cristo no caben los cobardes, aquí van mis disculpas si en algo pude ofender, y mi súplica de que lean bien siempre lo que escribo, porque en ningún caso he dicho que el problema del Viernes Santo se arregle con quince minutos de adelanto de la salida, ni que la culpa del Viernes Santo sea de la hermandad del Cristo.
Cumplan todos los horarios, eso es lo que pedí. Y parece que no se entendió. Y por eso pido disculpas. Por eso, y porque Antonio Yesa me demostró ser un perfecto caballero que jamás ha usado la vela del Cristo.
(Artículo publicado en LA VOZ, el 1 de marzo de 2009. Fotografía: LA VOZ)

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