COFRADEMANIA

lunes, 19 de enero de 2009

Enero, el principio de todo

Me gusta el mes de enero. Mucho más que sus antecesores, por supuesto. Siempre fui más de ensayos a temperaturas incómodas que de zambombas de bullicio y cante. Me gustaban las igualás de Vera-Cruz de hace una década, cuando estábamos comiéndonos los polvorones pensando en la cadencia de un andar que luego fue fusilado por otras tantas cofradías de la ciudad. Me gusta el mes de enero porque es el comienzo de casi todo, y el fin de casi nada.
En la mayoría de los casos, enero es la fecha elegida por las mayordomías para comenzar a limpiar las candelerías, diseñar los altares y desempolvar los enseres. Es la fecha indicada también por los diputados mayores de gobierno para ilusionarse con cortejos interminables de nazarenos y presidencias sin controversias a la hora de componerlas. Es tiempo de quemar el primer incienso para tus hijos en una tarde fría de estudio, mientras los exámenes aprietan y las estufas calientan las solitarias habitaciones de estudio de las casas antiguas.
Comienzan a proliferar las conferencias, las mesas redondas y los actos formativos, tan de moda en las hermandades de nuestra ciudad, y que en muchas ocasiones no sirven salvo para poner en evidencia la escasa participación de los hermanos en la vida diaria de las corporaciones. Fechas en las que casi cualquiera está listo para dar un pregón, o pronunciar una tesis doctoral sobre faldones o costeros, con honrosas excepciones como la Coronación de Espinas, que desde hace tres décadas monta un tríptico mariológico de primer nivel, con contenidos y ponentes acertados para la advocación de la Paz, su titular dolorosa y cuya festividad es el 24 de enero.
Enero suele marcar también el inicio de algunos programas de cofradías, aunque en la mayoría de las cadenas se han dado cuenta de la importancia que tienen las hermandades en la sociedad actual, y le dedican un programa anual a las mismas. Pero es época al menos de ahondar en contenidos y en horarios, tiempo de que Lechuga, Cañadas o Perea nos den desde sus atalayas de la información una visión profunda de nuestra Semana Mayor.
Comenzarán los ensayos, y los capataces tendrán que poner en práctica en apenas tres reuniones todo lo que han ideado durante el año. Y los costaleros se apoderarán, un año más, de las calles de la ciudad, con la música hasta altas horas de la mañana y las novias esperando en los ensayos, en lugar de en las discotecas. Serán los protagonistas involuntarios del caos circulatorio del centro de Jerez (salvo en la Porvera, claro), y de las tertulias a pie de mostrador de la mayoría de los bares de la ciudad.
Llegarán los predicadores, con sus homilías teledirigidas, en las que creerán que nos dicen todo cuando en multitud de ocasiones no nos han dicho nada, y las comidas de hermandad, donde todos los hermanos nos creeremos un año más que la fraternidad entre todos es posible, sueño utópico al que nunca deberíamos renunciar. Comenzarán por tanto los triduos, quinarios y septenarios gracias a la hermandad de la Cena, que ha convocado el suyo para finales de este mes, y los besamanos y besapies, ya que en San Marcos, María Santísima de la Paz y Concordía estará expuesta a la devoción de los fieles el próximo 25 de los corrientes.
Comienza todo. Hemos tenido meses para ilusionarnos, y mucho me temo que el que no lo esté ya, va tarde, irremediablamente tarde, porque la Semana Santa está a punto de irse de nuestras manos casi sin darnos cuenta. De la misma manera que se va la Esperanza al doblar cualquier esquina en esas madrugás de frío y soledades, que la Reina de la Plazuela sabe convertir en hierbabuena y canela con su simple mirada.
(Artículo publicado en LA VOZ, el 18 de enero de 2009)

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