COFRADEMANIA

lunes, 13 de abril de 2009

La llamá de Castañeda


Castañeda no debe tener más de cinco años y él no sabía que iba a cambiar una cuadrilla. Nunca lo supo, y quizá un día alguien se lo cuente cuando sea algo mayor. Incluso puede que alguien le enseñe este artículo, y recuerde aunque sea de manera imprecisa aquella chicotá en la que estuvo bajo su Cristo Rey, mandando soberano en los medios de la plaza de San Marcos. Eran las once de la noche, cuando un costalero me dijo que debajo del paso iban un costalero de más. Indignado, corrí hacia los faldones del paso de misterio. No había sido una salida fácil para mí, alejado de mis cariños, de mis amores. No había sido fácil convencer a la cuadrilla de que queríamos lo mejor para ellos. No había sido fácil nada en Cristo Rey. Así que levanté el faldón, pensando que teníamos que solucionar el último problema de la noche, cuando vi dos zapatitos, blancos inmaculados, y un corazón enorme que no le cabía en el pecho. Miré a quien me había avisado que, sonriendo, me enseñó la ropa del chiquillo, y me dijo resignado que había cosas que no se pueden controlar. Supongo que sería su padre. No acerté en ese momento a preguntar nada más, porque sabía que estaba viviendo uno de los momentos mágicos de la Semana Santa. Lo que no pude siquiera imaginar era que su capataz, el que será ya su capataz para siempre, Martín Gómez, le llamó a él antes de levantar el paso, y Castañeda respondió con voz clara, gritando a los cielos su amor por Cristo Rey. Fue la mejor levantá de la noche, y me volví con los ojos inundados en lágrimas. Y justo en ese momento, supe que la cuadrilla había cambiado, y que yo ya era parte de ella. Gracias a ti, Castañeda. Ojalá te vea cada año bajo tu Cristo, porque ya eres su costalero.
(Artículo publicado en LA VOZ, el 7 de abril de 2009)

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