En Cádiz he sonreído, en Cádiz he llorado. En Cádiz he comprendido mil cosas sobre la soledad, mil historias diferentes sobre la amistad y los amores. Sobre todo, en Cádiz aprendí a esperar. A esperar que el mundo cambiara, aunque nunca lo hiciera. En Cádiz comprendí que uno puede desear las cosas más calladas, las historias más secretas, que en el fondo, nunca llegan.
Una hora frente al mar, pensando, es una vida en cualquier otro lugar, con el ruido de los coches, los móviles, los portátiles y las distracciones. Una hora frente al mar define a un hombre como nadie puede siquiera imaginárselo.
Una hora en el mar de Cádiz. Una espera sin igual.
Un infierno en el propio cielo.
Un cielo en el propio infierno.
Cádiz es el principio de todo y allí todo tiene solución
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