COFRADEMANIA

martes, 28 de julio de 2009

El patio del Nazareno

Quién no llega a un momento del verano en el que se aburre, en el que piensa que sería bueno volver a la normalidad diaria, a la que te llena las horas con los problemas y los amigos de siempre. Es evidente que todos necesitamos desconectar de nuestros hábitos rutinarios, aunque no se puede negar que llega un momento en el que el tedio y el hastío convierten nuestro período vacacional en un suplicio más que en una bendición. Los cofrades además tenemos la particularidad de que no sabemos vivir sin aquello de lo que tanto hablamos durante el año. Así, en cualquier esquina de un bar, en cualquier orilla de una playa, en cualquier chiringuito no es difícil encontrar a una pareja de amigos, generalmente acalorados, discutiendo sobre las pequeñeces más estúpidas que ustedes puedan imaginar.
Es tiempo de análisis, de compartir sensaciones. El verano es el momento de volver la vista atrás sin el ritmo acelerado que nos impone la Cuaresma que no nos deja saborear, paladear los momentos vividos. Y este análisis se puede hacer de muchas maneras, aunque si me lo permiten, yo les propongo para todos los martes del verano un lugar privilegiado, en pleno centro de la ciudad y en un ambiente relajado: el patio de San Juan de Letrán.
No recuerdo los años que llevo asistiendo a los veranos nazarenos. Recuerdo la cara de Pantani, como siempre hemos conocido al menor de los Vidal Dorado, redonda y simpática como siempre, recién llegados de nuestros siempre recordados campamentos de verano, luciendo con orgullo su pertenencia a la cofradía más jerezana de todas las que procesionan en nuestra Semana Mayor. Éramos unos niños, y ya de eso han pasado unos cuantos años. Por ese patio he visto desfilar a grandes personalidades del mundo de la Semana Santa, bordadores, historiadores, capataces, costaleros y participantes en el famoso Saber y Ganar cofrade, y tantos y tantos otros que nos proponían una manera diferente de comprender las realidades de nuestra Semana Mayor.
Por eso me enorgullezco de José Antonio Domínguez Mateos, un historiador como la copa de un pino, y encima amigo mío, que el pasado martes dio una conferencia en esa improvisada cátedra del casco histórico jerezano. Llegó para hablarnos de crisis, de crisis de fe, de crisis económica, de crisis personal, de crisis, al fin y al cabo, de valores. Llegó con su humildad de siempre, y se fue con la sonrisa de siempre.
Por eso espero impaciente la llegada el próximo martes del obispo de la ciudad, en la que será su primera conferencia como prelado de la diócesis. Buena oportunidad para compartir la cercanía de una autoridad que estoy seguro se va a ganar el corazón de un Jerez que siempre responde con afecto a quien afecto reparte. Viene a hablarnos de ciencia y fe, y lo hará con ese lenguaje directo y sencillo al que ya nos vamos acostumbrando, con ese hilo de voz que sólo resuena potente cuando debe hacerlo, pero que más bien parece sugerir, susurrar ideas para que vayan calando en el corazón de los fieles.
Y tengo ganas de que llegue para que Raúl Castaño me cuente cómo es capaz de mandar, incluso en verano, más de tres correos semanales con las actividades de la hermandad; para que me cuenten cómo va la restauración del túnico del Nazareno en el taller de Jesús Rosado, para tomarme una cervecita mientras intento sonsacarle alguna información al Delegado Diocesano, siempre en su casa cuando está por la Alameda Cristina. Tengo ganas de que llegue el martes porque me apetece hablar de cofradías al abrigo de unos naranjos benditos, que saben de inciensos y azahares más que muchos de los que presumimos todo el año.
(Artículo publicado en LA VOZ, el 26 de julio de 2009. Foto: Cristóbal)

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