COFRADEMANIA

domingo, 22 de febrero de 2009

La humanización de Dios


Nunca he presumido de conceptos litúrgicos, y mucho menos teológicos. Jamás nadie me habrá escuchado pontificar sobre estos temas, ni imponer mi criterio sobre el de nadie, porque reconozco mis limitaciones en ambas materias. Es más, probablemente no me hayan siquiera escuchado hablar sobre estas cuestiones, porque cuando no domino con cierta soltura la temática de la conversación en cuestión, mi mente reacciona de dos maneras muy contrastadas; o se aburre soberanamente cuando nota que el nivel no es el adecuado, o se activa con violencia para robar de oído y vista de lo que el ponente esté diciendo en ese momento.
Así me pasa con muchas de las firmas que ustedes pueden leer en la segunda página de este suplemento bajo un evocador título, el muñidor, que da idea de que van por delante de nosotros en muchas cosas. Cada uno en lo suyo, da gusto escuchar hablar, o simplemente leer, a las personalidades que tenemos el gusto de compartir. Descubrí con Enrique Soler que un cura puede ser cofrade, y muy cofrade ademas, y las virtudes y defectos que ello tiene. Me abandoné a mi suerte cuando un día vi a José Miguel Merino discutiendo de vida, eutanasia y formación cristiana en una conferencia extraordinaria y en el día a día de una hermandad que tenemos el gusto de compartir. Saboreo la historia de nuestros antepasados gracias al conocimiento y cultura de Rafa Racero y me emociono sin remedio cuando leo a José Antonio Domínguez Mateos, que bajo una de las plumas más interesantes de nuestra Semana Mayor esconde una formación impropia de quien no se acerca siquiera a la treintena.
Me rindo por tanto ante quien sabe más que yo, y le pido que no me juzgue si teológicamente hablando, lo que voy a exponer es una barbaridad inclasificable. Pero me gustan los besamanos y besapies, porque humanizan a Dios y a su Madre. Siempre elevados a altares de gloria, siempre subidos a tronos y pasos, siempre tan lejos de nosotros que no nos damos cuenta que están más cerca de lo que creemos. Encerrado en un sagrario no consigo a veces, perdóname Señor, encontrar las palabras para dirigirme a un Dios que a veces está sumido en otros problemas. Tanto, que a veces dudo que tenga medio minuto para mí.
Así que cuando llega el Miércoles de Ceniza, comienzo a entender la suerte que tengo de tenerlos a mi vera, y consigo comprender con exactitud milagros y misterios como la Navidad, el Nacimiento de Jesús o su posterior resurrección. Es justo ahí, cuando lo postro ante mí, cuando comprendo que se hizo hombre por nosotros. Es en ese Cristo de madera, de gubias y policromados, donde encuentro el verdadero sentido a mis creencias.
Será tan pobre mi fe, que decía Antonio Moure en su pregón... Será tan pobre mi fe que necesito que cada año se produzca el milagro que me da fuerzas para comprender algunas soledades. Será tan pobre mi fe, que sólo comprendo la doble naturaleza de Dios cuando lo tengo a mi altura, y veo la mano sedienta de cariño de algún necesitado, y el beso congelado de una anciana que sabe que puede ser su última vez...
Nadie me juzgue por lo que estoy diciendo, lo pido con el corazón en la mano. Nadie me juzgue, porque en el fondo lo que estoy diciendo es que me vuelve loco que llegue el Miércoles de Ceniza, porque tengo a partir de entonces cuarenta días para besar la cara de María, la madre que ya muchos perdimos. Tengo cuarenta días para observar de cerca el sufrimiento de un Dios que vino a salvarme. Tengo cuarenta días para entender que la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo es el misterio principal de la Iglesia.
Y eso, sin mi Santo Crucifijo de la Salud en el sagrario de San Miguel, jamás lo podría entender.
(Artículo publicado en LA VOZ, el 22 de febrero de 2009. Fotografía: www.gloriasdepasion.com)

domingo, 15 de febrero de 2009

Gaitas en Sábado Santo



Es curioso que califiquemos ahora de día conflictivo el Viernes Santo. Resulta curioso, lo digo de verdad. Es cuanto menos sorprendente que se califique ahora de problemática una jornada que lleva siendo un desastre las últimas dos décadas, que son de las que puedo hablarles con conocimiento de causa. Por tanto, que ahora se esfuercen en vendernos que el Viernes Santo es intolerable, pues qué quieren que les diga, me hace cuanto menos sonreir.
Entre otras cosas, porque lo que de verdad resulta intolerable es la actitud de las cofradías del Viernes Santo. Tengo fresca en la memoria la salida procesional de la Virgen del Valle, por citar un ejemplo, en su coronación canónica. Hagan memoria conmigo, la Señora del Viernes Santo salía de Santo Domingo con destino la Catedral, donde les esperaba un deán reloj en mano para poder celebrar su Eucaristía. No seré yo quien defienda la actitud, a veces incomprensible, de Repetto. Pero a su casa vamos, y hay unas normas. Y mucho más, cuando de un traslado se trataba, ya que la dolorosa aún no estaba coronada.
Más de una hora tardó el palio del Valle en llegar desde Santo Domingo hasta la plaza del Clavo. Casi noventa minutos que tuve la suerte de vivir con Andrés Cañadas, Quico Abuin y otros compañeros de medios de comunicación que, atónitos, observábamos cómo se callaba a la banda porque se llegaba tarde a la Catedral. Y en ese noble ejercicio de poner un ventilador para que nada me manche a mí, se culpó a la música, a la bulla (que era infinitamente menor que la que lleva la Cena, por poner un ejemplo, por ahí mismo el Lunes Santo) y hasta al maestro armero. Todo, por no reconocer que la cofradía no andaba, que el ritmo era insufrible. Gracias a Dios, se dieron cuenta de ello, y lo corrigieron a partir de entonces. Y llegaron a tiempo a la Catedral.
Ahí está el secreto, en llegar a tiempo. Porque también vivo el Viernes Santo en otra acera, la de la Soledad, cuando un hermano dijo, justo delante mía, que ya que entrábamos tarde, de correr nada, que ahora tocaba lucirse a la Reina de la Porvera, en una falta de respeto y sensibilidad total hacia las cofradías que vienen por detrás y la gente que está sentada esperando. Y nadie se da cuenta de que el Viernes Santo se perjudica a sí mismo, porque los retrasos luego, cuando las cofradías salen del primer templo jerezano, se van volviendo en tu contra peligrosamente.
Así, podríamos citar mil ejemplos más, como el despropósito de solicitar que el Santo Entierro pase la primera el Viernes Santo por la Carrera Oficial. El postre, antes que el filete. Una locura, sin más.
Pues echen la vista atrás, y recuerden que hace tres años, el día problemático era la Madrugá. Que hubo un conato de una hermandad de llevar el caso a Palacio o más allá. Hagan memoria, que también hubo una reunión de los hermanos mayores para ponerse de acuerdo, y también el Consejo lo tiró a la basura. Y se rehizo todo, sin necesidad de reuniones absurdas de tres horas, y las hermandades se comprometieron a cumplir sus horarios. Y resultó que el día más difícil, se convirtió en una balsa de aceite para todos, y que hermandades como la Yedra dieron un ejemplo de seriedad.
Cumplan todas los horarios, y déjense de gaitas. Que esas no pueden sonar el Sábado Santo...
(Artículo publicado en LA VOZ, el 15 de febrero de 2009)

domingo, 8 de febrero de 2009

Prefiero no ser perfecto

El pasado viernes viví una de esas experiencias que se quedan grabadas en la memoria, pese a ser repetitivas. No soy yo muy dado a hablar de costalería, pese a que el mundo donde más y mejor me muevo es en el de las trabajaderas. Conocí a mis mejores amigos bajo un paso de misterio, o llevando un crucificado. Me hice hermano, casi de sangre, de algunos que tuvimos la suerte de meter un paso de palio en su templo, cuando quedamos diecisiete hombres de una cuadrilla de cuarenta y cinco almas. Diecisiete de cuarenta y cinco, así que hagan ustedes números de cuántos costaleros se fueron por la gatera. Y claro, los que nos quedamos, pues nos unimos. No nos quedaba otra, bien es cierto, pero hubiéramos dado la espalda y el corazón, y les puedo asegurar que no es una forma de hablar, tanto por la Madre que llevábamos arriba como por el compañero que llevábamos al lado.
Aún así, no suelo contar las cosas que vivo bajo las trabajaderas, o mandando sobre ellas, por dos motivos que tengo clarísimos. Uno, porque hay gente que lo sabe explicar mucho mejor que yo. Tengo serias dificultades para poner en papel los sentimientos, emociones, sinsabores y alegrías que siento cada vez que enero llama a mi puerta. Meses en los que no existirán los fines de semana de borrachera, o los viajes programados, porque mi vida la ocupan los pasos. Son apenas ocho fines de semana donde mi agenda mezcla las reuniones de trabajo con las llamás y las arriás, una bendición que ojalá se prolongara en el tiempo como pasa en Sevilla. Y como no sé contarles en esta media página lo que se siente en estas reuniones de fraternidad, amistad y colaboración, dejo que sean otros más doctos que yo en la materia los que lo hagan.
Pero les dije que había dos razones, y la segunda es porque creo en el silencio de las trabajaderas, en el misterio aún sin resolver de cuando una puerta de un local se cierra para que el capataz le hable a su gente. No es una casualidad que se cierren las puertas, y por eso, a los que queremos esto de verdad, no nos gusta hacer público algo que sólo podría entenderse si se está allí, con la faja todavía apretada y el corazón en la boca por la emoción y el cansancio.
Por esos motivos, no tengo costumbre de hablarles de nada de esto. Pero hoy voy a hacer una excepción, la que hago cada año cuando llega la igualá o el primer ensayo de la Cena, y quiero revelarles algún secreto de una cuadrilla que pasará a la historia de la Semana Santa de Jerez. No me pidan ser objetivo, ni imparcial, porque soy sujeto y parte. Una cuadrilla que ha modificado el andar del otras muchas, que la han copiado hasta la saciedad. Renovó el andar de los pasos de silencio cuando salió andando largo racheado en el Corpus del 98. Cambió por completo incluso las maneras de hablar de la gente de abajo, con el famoso grito de Tomás Sampalo que sustituyó, definitivamente, el «estamos puestos» que se estilaba por aquí. Una cuadrilla que con la humildad por bandera, se ha convertido en referente de nuestra ciudad.
Pues esa cuadrilla escuchaba el viernes, atenta, orgullosa y responsabilizada, las instrucciones de Martín Gómez una vez terminado el ensayo. Cuando se dejó la parihuela de ensayo en el local, explicó el capataz que no tenía ya nada que corregir, porque el paso, técnicamente hablando había ido perfecto. Pero que no transmitía, que era frío. Y que este año, más que nunca, el Señor debía transmitir con la dulzura y pasión de su mirada. Prefiero que no seáis perfectos, pero que el paso transmita, nos dijo. Y allí vi a noventa hombres, muchos de ellos nuevos, bocadillo en mano dándose cuenta de que Jerez espera algo diferente del Señor de la Cena este año, y que nosotros estamos ahí para ofrecerselo. Y lo haremos. Sé, por esa mirada de noventa hombres, que lo haremos.
(Artículo publicado en LA VOZ, el 08 de febrero de 2009)Click here to find out more!
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domingo, 1 de febrero de 2009

Cursos de Liturgia


Destinado especialmente a mayordomos y a diputados de cultos, pero abierto a la participación de cualquier cofrade que quisiera acercarse. Esta era la nueva apuesta del Consejo de Manuel Muñoz Natera, y casi un centenar de cofrades han respondido a la llamada acudiendo al Auditorio Juan Pablo II del Obispado a la primera de las sesiones que se desarrolló ayer por la mañana.
La propuesta es atractiva, desde luego. Son cuatro sábados consecutivos, a dos sesiones cada uno, donde profesores del Instituto Superior de Ciencias Religiosas Asidonense hablan sobre la liturgia en la religiosidad popular, un fenómeno evidentemente desconocido en nuestras corporaciones. El problema es que no van los que tienen que ir, es decir, los que creen saberlo todo. Miro la nota de prensa que manda el obispado, donde van varias fotos del acto, y miro el patio de butacas. Gente joven, con ideas, con ilusión. Jóvenes con ganas de cambiar las cofradías, y con la cultura suficiente para entender que si quieren cambiar algo en nuestras corporaciones, debe estar bien documentado y estudiado. Y claro, para eso hay que formarse, ir a estos cursos, perder cuatro sábados. O ganarlos...
Durante cuatro semanas creerán que pueden cambiar el futuro. Leerán, observarán, aprenderán. Les explicarán qué está bien y qué está mal de nuestros montajes, de nuestros besamanos, de nuestras salidas procesionales. Se les hará especial mención a las Funciones Principales de Instituto, de las que se podría escribir un libro sobre las barbaridades que se ven. Vamos, si ustedes quieren, un día les cuento una función a la que fui de Sevilla, donde hubo un disparate final a los pies de la Virgen que estaba de besamanos con hermano mayor incluido, puro en mano, llamando a un fotógrafo para que hiciera una foto a los nuevos hermanos que estaban jurando, mientras el director espiritual miraba atónito la escena... Y era Sevilla, madre y maestra, la capital del mundo, la pura, la mariana, la gloriosa...
Pues esos desajustes son los que creerán estos jóvenes que cambiarán cuando vuelvan a sus cofradías, dentro de un mes, con un diploma que les darán agradeciendo y justificando su asistencia a este curso de formación. Volverán animados porque además estos cursos se realizan en las fechas correctas, antes de Cuaresma, para que todos los conocimientos estén frescos en la memoria y se puedan ejecutar con prontitud. Un acierto pleno del Consejo, otro más, que debería repetirse año a año por la calidad y funcionalidad de la propuesta.
El problema llegará cuando estos pobres insensatos lleguen a su parroquia, o a su iglesia, y se enfrenten a alguno de los que todo lo sabe, y no necesita este curso para nada. Porque él es el cofrade total, el todoterreno, que sabe de costalería, de bordados, de altares, de liturgia y de estofados. Y me parece a mí que del único estofado que sabe alguno es del delternera, con su verdurita bien rehogada y su vasito de vino al lado. Ese mismo que habrá incluso propuesto que se subvencione a los chavales, que no tienen los recursos necesarios para poder pagar estas sesiones, ya que esta formación le hace bien a su cofradía.
Y claro que le hace bien a la cofradía, siempre que luego le dejan aplicar esos conocimientos, y los criterios estéticos no primen sobre los litúrgicos. Entre otras cosas, porque la liturgia ya es bella de por sí, y no necesita que lleguemos nosotros a estropearla. Eso andaba yo pensando esta mañana cuando he visto la foto del curso del obispado. Y me atemorizó la idea de que yo un día fuera un cofrade todoterreno, que sabe de todo pero no sabe de nada, y no deje trabajar y realizarse a mis hermanos en la hermandad. Y decidí dejarlo por escrito, para que siempre puedan recordármelo.
(Artículo publicado en LA VOZ, el 01 de febrero de 2009)