COFRADEMANIA

lunes, 16 de marzo de 2009

El Crucifijo oculto


A veces, las circunstancias te obligan a cambiar de planes sobre la marcha. Son contadas ocasiones, lo reconozco, y mucho más cuando se trata de personas que, como yo, tienen limitada su agenda a escasos minutos libres al día, que les permiten pocas licencias. Les confesaré que este artículo está escrito sustituyendo a otro que hablaba de Pepe Mazuelos, el que será en breve nuevo obispo de Jerez, y al que a partir de ahora siempre me escucharán nombrar como don José o el prelado Mazuelos, porque la cercanía es cercanía en la intimidad, y sólo si las dos partes están de acuerdo. Y no es el caso por ahora, ni lo reconoceré si algún día lo es.
Así que este artículo sustituye a otro ya escrito, y lo hace con las prisas propias de quien no tiene un hueco en su calendario. La mayordomía del Santo Crucifijo, a la que en muchas ocasiones me he referido como la mayor bendición que he tenido en mi vida, limita en muchas ocasiones el margen de maniobra de un grupo humano que sacrifica muchos momentos de su vida privada para mayor gloria de Dios. Mayordomía por tanto, en el mejor sentido de la palabra. Mayordomo, el que sirve, el que gasta y se desgasta...
Pues estaba ayer por la mañana en el Convento de las Clarisas, en la calle Barja, lugar sagrado que mi Señora de la Encarnación visitará el próximo viernes, para entregar a las religiosas descalzas una patente que las distinga como sus camareras honorarias. Una bendición como otra cualquiera, pero que viene a demostrar el interés de la hermandad por estrechar vínculos de unión con las órdenes religiosas de la parroquia, y un desvelo inusitado por alcanzar las bendiciones espirituales que sólo quien ejerce la oración como motor de su vida puede entender.
Allí estaba midiendo, analizando con detalle junto a mi Junta de Gobierno cómo podría verse a la Encarnación más bella si cabe en un convento de clausura, junto a una celosía que divide lo terrenal de lo celestial, lo humano de lo casi divino, lo pecaminoso de lo sencillamente perfecto. Porque si hay una orden religiosa que aglutine el cariño y el respeto de los cofrades son , sin duda, las monjas de clausura.
Allí estaba, cuando miré más alla, curiosidad del pecador, de la celosía que separa la clausura de lo público. Mientras las hermanas nos decían que estaban absolutamente ilusionadas por este nombramiento, y nos aseguraban que cada vez que la Señora se esté cambiando ellas rezarán por nosotros, yo miraba al infinito de un mundo que me parecia más lejano que nunca... No tenía fe.
Y el Santo Crucifijo, una vez más El, me dio una lección. La que no olvidaré jamás. La que hizo que me agarrara a la reja, como si me fuera la vida, por entender los misticismos de un Dios que se empeña, aunque nosotros queramos lo contrario, en acercarse en los momentos más inesperados. Les reto a que se acerquen a la calle Barja. No tengan miedo, y vayan a ver el traslado de la Encarnación al convento de las Clarisas.
Y les reto, sobre todo, a dejarse llevar, a mirar mucho más allá de la maestría de Fernando Barea, que quedará demostrada, una vez más, en el traslado. Les cito para comprobar una vez más que la hermandad del Santo Crucifijo sabe hacer las cosas con más gusto y elegancia que ninguna, o al menos, al nivel de la mejor. Le gano la apuesta a quien quiera, de que será uno de los momentos más emotivos de la Cuaresma. Les aseguro, que cuando las religiosas entonen sus cánticos, entenderán que un trozo de cielo se abre en el barrio de San Miguel, porque hay quien pide por nosotros, aun sin nosotros darnos cuenta.
Y les reto, principalmente, a que miren por la celosía, y descubran, como hice yo, agarrado a un reja sorprendido, el perfil del Santo Crucifijo de la Salud en la oscuridad de una clausura. La clausura de las camareras de la Encarnación.
(Artículo publicado en LA VOZ, el 15 de marzo de 2009.)

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