COFRADEMANIA

lunes, 23 de marzo de 2009

La Cremá de la Cuaresma


Ya hablé hace un par de años de esto mismo que les iba a decir hoy. Les resultará curioso que un cofrade como yo, que se enorgullece de su Semana Santa, de su Cuaresma, y de todo lo que tenga que ver con el incienso y la cera, se marche un par de días a tierras valencianas para vivir las Fallas. No es que quiera justificarme con este artículo, porque gracias a Dios, de mis decisiones, hasta el día de hoy, soy plenamente responsable y consciente.
Simplemente, tengo ganas de contarles lo que allí viví, y cómo la lejanía, la distancia, en la mayoría de las ocasiones, sirve para tomar conciencia exacta de lo que vamos dejando atrás, de lo que tenemos tan cerca que muchas veces no somos conscients siquiera de que lo tenemos. Así andaba yo, como cada año, entre agobios y carreras, como todos los cofrades de la ciudad por estas fechas. Tanto el trabajo como los compromisos adquiridos en nuestras hermandades y cofradías nos obligan a renunciar a gran parte de nuestra vida personal, y eso conlleva los sinsabores propios de la renuncia a la familia, a los seres queridos. Todo eso pensaba yo en Valencia, cuando esta semana he vivido con intensidad a Valencia en Fallas.
Para empezar, les diré que no difiere mucho de la Semana Santa. Toda una ciudad se paraliza para poder disfrutar de sus fiestas más populares. No es como la feria de Jerez, donde todo se concentra en el González Hontoria, sino como una gran Carrera Oficial, donde Fallas y casales se disputan las esquinas más señeras de la capital del Reino de Valencia.
Es por tanto una devoción popular, y los falleros la viven con la intensidad que merecen estos días. No hay nada, absolutamente nada más importante, que las Fallas en Valencia por estas fechas. Y me recuerda a un Domingo de Ramos, cuando la ciudad se paraliza para poder disfrutar de la salida de las Angustias, o de un Miércoles Santo que manda de principio a fin el Prendimiento desde la humildad de sus manos atadas. Una ciudad volcada con sus fiestas, por tanto. Y con su gente.
Y ahí es donde reflexionaba con mayor detenimiento. En la generosidad del valenciano,que abre la puerta de su casa a todo el mundo, que quiere enseñar a todo el forastero que se acerque a Valencia las bondades de ser falleroo. Toda mi familia pertenece a una falla, viven con intensidad la fiesta de San José, y a ninguno escuché criticar sus fiestas locales. Y cuando me preguntaron a mí por la Semana Santa, realmente no supe qué decirles.
Podría haberles hablado de los mil problemas que hemos tenido en la diócesis sin obispo hasta la llegada de Mazuelos,pero decliné la idea, porque no creo que mi primo sepa quién es el canónigo penitenciario de Sevilla. De hecho, creo que no sabe ni lo que es un canónigo. Pude hablarles de la ridiculez de comunicado que ha tenido que emitir la hermandad de la Cena para acallar las conciencias de alguno, que se creía que la Paz no procesionaría este año. Pero entonces tendría que explicarles que la ridiculez no es el comunicado en sí, sino el pensamiento del cofrade que quiere arremeter como sea contra su propia Junta de Gobierno.
Así que lo único que les dije era que sí, que las fallas son una experiencia única, pero que yo me quería volver ya para casa, a disfrutar de estos cuarenta días que Dios nos regala cada año, y donde podemos tocarlo, sentirlo y hacerlo presente gracias a la multitud de actos que organizamos las hermandades y cofradías. Y justo entonces, empezó la cremá, el momento en el que se queman las fallas. Desapareció todo en un instante. El mismo instante que queda para que llegue el Domingo de Ramos. Así que disfrutémoslo.
(Artículo publicado en LA VOZ, el 22 de marzo de 2009)

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