COFRADEMANIA

domingo, 27 de septiembre de 2009

De la Merced por un segundo

Hace ya demasiados años, una madre caminaba cansada por la calle Merced. En sus manos, un carrito de niño, con su hijo más pequeño descansando de manera plácida en él, sin saber lo que la vida le depararía en un futuro. Agarrados al carrito, sus otros dos hijos, peleando como siempre, discutiendo ignorantes de lo que hacían. Eran niños, y así se comportaban. Caminaban despacio, como quien necesita una inyección de sol para continuar, capturando cada aroma que la brisa traía mientras se dirigían a la Patrona.
No era una familia normal, no era una familia al uso. Diversos problemas, supongo que no distintos del de cualquier familia, atenazaban a la madre, dejándola siempre en una constante intranquilidad. ¿Qué será de mis hijos cuando yo no esté? ¿Quién cuidará de ellos? ¿Dónde encontrarán el cariño que hoy yo les doy cuando falte? Ya les digo, problemas que imagino serán similares a otros, sentimientos que todo padre alguna vez habrá tenido.
Por delante, una calle con nombre de Señora, y una Basílica lejana del centro, un paseo agradable, una sensación de nostalgia contenida. Recuerdo como si fuera ayer a esa familia entrando por la puerta de la Iglesia, bien aconsejados por su madre, en silencio. La admiración del mediano por las iglesias y las imágenes ya estaba latente, ya se percibía en él. Siempre pedía a su madre que le llevara a ver las procesiones, aunque fuera un minuto, aunque fuera en la puerta del Banesto.
Y siempre la madre le regalaba ese minuto que le robaba a su hermano, quizá sin saber que con esos pequeños detalles estaba cambiando la vida de sus hijos. Minutos que luego se recordarían toda una vida. Minutos que son hoy horas de melancolía.
Gustaba esa madre de acercar a los niños a las imágenes. Apenas trece años la mayor, quizá algo más de diez el mediano, dos años menos el que iba en el maldito carrito. Ella, cerca de cincuenta, cansada, se sentó en un banco de la Basílica. E imagino que pediría por todo aquello que preocupa a una madre. Por la educación de sus hijos, por su bienestar. Por las constantes peleas entre ellos. Por una salud para la enfermedad del tercero. Pediría por el siempre necesario dinero, y cómo no, porque no faltara el trabajo en la casa. Pediría por su madre y su padre, enfermos en sus habitaciones. Pediría por los suyos, y nada para ella.
Nada distinto a lo que haría cualquier madre... Con cuidado, agarró al pequeño en sus brazos, y sus otros dos pequeños enfilaron la puerta del retablo que da acceso al camarín de la Merced. Es negra, soltó el mediano, de nuevo, desafiante. Es negra... Un reproche de la madre, una disculpa entornada en los ojos del retoño, y unas escaleras interminables antes de ver a la Virgen. Le llamaba la atención todo, desde el contraste del manto blanco con su tez morena, hasta la cantidad de joyas que llevaba. Le gustó cómo abrazaba a su hijo en brazos, lo mismo que él veía cada tarde en su casa. Le gustó la medio sonrisa de la Merced.
Y antes de irse, una frase de una familia entera agarrada a un manto. Una súplica que seguro hoy repite ese niño cada vez que le vean tocar y besar un manto. Guárdame a mí y a los míos bajo tu manto. Repite bien, hijo. Guárdame siempre a mí y a los míos bajo tu manto. La fe del pobre, el gesto manido que rompe bordados y terciopelos, pero que ese niño, imagino que ya un hombre, seguro que repite en cada dolorosa que ve.
Tengo la estampa de esa madre, con sus tres hijos, bajando la calle Merced, grabada a fuego en mi corazón. Y siempre que me preguntan que por qué soy de la Merced, les digo que lo soy por un segundo. Por un instante. Por una madre, por un gesto que cambió para siempre mi percepción de lo que era una Virgen. La Merced no es otra cosa que una madre para cuando no la tengas. Y una esperanza de poder enfilar algún día, ahora llevando tú de la mano a tus tres hijos, la calle Merced para encontrarte de frente con Ella. Para pedirle que siempre, te guarde a ti, y sobre todo a los tuyos, bajo su manto.
(Artículo publicado en LA VOZ, el 27 de septiembre de 2009. Foto: Esteban)

1 comentario:

  1. Seguro que esa madre estaría orgullosa de leer esto. Ya me conquistó La Soledad, ahora no olvidaré a La Merced

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