COFRADEMANIA

domingo, 24 de mayo de 2009

Hoy vengo a verte, Rocío

Hoy que es un día cualquiera, que no hay cohetes que estallen, ni caballos ni carretas. Hoy, que es invierno y que llueve, hoy quiero tenerte cerca... No está la flauta, no está el tambor. No hay más adornos que tenerte a mi vera, Rocío, y contigo me conformo. La letra de la sevillana ya te marca la senda, romero. Ve a verla como si fuera un día cualquiera, aunque tú sepas que no lo es.
La hermandad de Jerez sale este miércoles camino del Rocío, camino de las Marismas, y con ella este humilde rociero de nueva cuna. Por eso no me verán muchas veces escribir del Rocío, ni hablarles de nada de esto. De nueva cuna, de nuevos bríos, de ilusiones desbordadas hasta el extremo. Así soy, así me siento. Así voy a verla cada año, espero que ya para siempre, porque soy de los que la Virgen del Rocío ha enamorado a fuego lento.
Ojalá pudiera cantarte con ardor que desde el día que te vi me enamoró tu mirada, y que en mi corazón sentí un revuelo de campanas. Ojalá pudiera gritarte que desde niño me enseñaron las vivencias del camino. Pero no es verdad. La realidad es que amo el mundo de las cofradías, y que durante mucho tiempo no terminé de entender el fanatismo de muchos. Esa mezcla, a veces explosiva de alcohol, cante, baile y fe. No la entendía. Llegué a criticarla.
Pero llegué un día a verla, un día de invierno, un día que llovía. Un día que pensé que no habría nadie en su ermita, un día cualquiera de una vida en Sevilla. Una tarde de locura, donde hastiados del sofá, mi compañero de piso y yo pusimos rumbo a Doñana. Era domingo, lo recordaré toda la vida, y el frío y la lluvia abatían las arenas. Nadie en la aldea. No hay vino, pensé. No hay fiesta hoy. No hay fe. Ella estará sola, en su ermita...
Iluso. Porque si te hace daño el relente ni tienes fe rociera, si no te gusta el ambiente quién te obligó a que vinieras, si aquí lo que sobra es gente... Iluso, porque la ermita era un hervidero de fieles que reñían entre ellos por aferrarse a una reja que desde ese día se convirtió en el mejor confesionario que una catedral pueda soñar. Quién no se acerca a tu reja para rezar o cantar. Quién no te ha dicho a ti guapa, si eres guapa de verdad. Un mar de romeros peleaban por cantar la sevillana más sentida, por dar el pellizco más emotivo, por romper el frío y el desaire con el calor de sus gargantas.
Años después vendría mi primer camino con la hermandad de Gines. Una delicia por la Raya, un camino hecho por hombres y para hombres en la mitad del duro verano. Una experiencia inolvidable, perdido por el Coto, cuando, por inexperiencia, decidí adelantarme un poco al resto del grupo. El resultado, once horas andando sólo, ayudado por un bastón y por la fe en Ella, soñando ver la espadaña por un camino que no conocía de nada. Y claro, la ermita apareció, y llegaron otros romeros a los que no conocía que me dieron agua, aliento y consuelo. Llegó también la aldea, y esa señora que sin conocerme me abrió la puerta de su casa para que pudiera asearme y descansar porque me había perdido.
Llegaron mil vivencias más, y las que ahora me acercan cada mayo hasta mi esquina de la calle Bellavista, donde mi gente canta sin descanso a los simpecados de todas las localidades, ayudados por la buena gente que quiere compartir con nosotros un sábado de Rocío especial. Llegó la sevillana de Montero con Teófila, las sevillanas al Simpecado de Murcia, los langostinos T-2 saliendo incluso de los baños...
El Rocío que ahora vivo, y que soy incapaz de contar. Pero que si lo quieres vivir, te invito, mientras le pido a mi Chico Jorge que no pare de cantar hasta que nos vayamos a dormir a la cuadra. Porque hoy me quiero emborrachar, sin beber vino, sólo me voy a empinar senda y camino. Mi borrachera será decir Rocío...
(Artículo publicado en LA VOZ, el 24 de mayo de 2009.)

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