COFRADEMANIA

miércoles, 20 de mayo de 2009

Lo que nunca te conté de la Esperanza...

Y no te lo conté porque creía que era mío. Porque creí que era un momento que vi yo nada más. Como siempre, me equivocaba...
La historia que hoy te cuento te acerca a la calle Sol, dónde si no, cuando la Esperanza volvía como siempre te cuento que anda, altanera y coqueta a la vez, y envuelta en ese aroma a hierbabuena y canela que desprende su talle. Mientras Ella, elegante, avanzaba sin prisas, para qué correr, para qué darle prisas al tiempo... una niña se acercaba en volandas hacia Ella. En su cabeza, ese pañuelo maldito, esa señal inequívoca de que algo no va bien.
Para qué correr, verdad... Para qué querer hacer las cosas con prisas, cuando desde la tranquilidad ella pudo llegar hasta la Esperanza, alzada con valentía por los brazos de una bulla que sabía que estaba obrando un milagro. El encuentro fue breve. Dos miradas. Una hija. Una madre.
Y desde la lejanía, como siempre sabemos hacer los hombres que sabemos que hay cosas que son de las mujeres, su padre lloraba, con esa rabia contenida de quien no entiende nada, pero cree en todo. Esa misma mirada que durante años vi justo delante del Simpecado del Rocío, pero que hoy, llena de lágrimas, sólo reflejaba Esperanza.
Me cuentan que la niña, de nuevo, está ingresada. Y hoy quiero gritarte lo que todos pensamos en ese momento. Se tiene que salvar. No tiene más remedio que ponerse buena. Pensé que nunca te lo iba a decir, que era de esos secretos que tenemos la Esperanza y yo. Pero hay secretos a voces, y ese momento lo vivimos todos los que estábamos al principio de la calle Sol.
Se tiene que salvar... Se tiene que salvar, porque la miró la Esperanza.

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