COFRADEMANIA

sábado, 12 de septiembre de 2009

En las Angustias no hay nada...

Les queda una semana de espera. Así llevan desde después de Semana Santa, mirando un camarín vacío, tapado con un elegante dosel que no permita ver la nada. Ver la nada. Debe ser duro, ver que donde estaba todo, ahora no hay nada. Esa reflexión me hacía el otro día, cuando estuve en la Capilla del Humilladero con mis buenos amigos y hermanos de las Angustias.
Por delante tienen horas de trabajo. Días perdidos, o ganados, según se mire, limpiando la candelería, colocando las estructuras, arreglando puertas, maderas, hierros. Todo, sin un referente, sin un claro faro que guíe los pasos de los cofrades del Domingo de Ramos. Entendí ahí, por mucho que no esté de acuerdo con ellas, las palabras que fray Ricardo de Córdoba pronunció en los Veranos Nazarenos. Es que una iglesia sin imágenes es una cochera. Al no estar tampoco el Santísimo, el grupo de mayordomía había hecho de la iglesia de las Angustias su propia casa, su propio taller de reparaciones, de montaje.
Porque no hay nada. Nada sin Ella. Todo está vacío. Todo está muerto. Conozco pocas casas donde su presencia se haga más palpable que allí. Conozco pocos lugares donde la magia se haga más latente que en la Capilla del Humilladero.
Y conozco bien la casa, porque he tenido las llaves. Fueron intensos meses de convivencia entre mi hermandad del Santo Crucifijo y las Angustias cuando cerraron San Miguel. Meses donde nos dimos cuenta del material del que están hechos los cofrades del Domingo de Ramos; gente abierta, sin complejos, con un alto sentido del compromiso y de la convivencia. Jóvenes a los que no les asustan los retos, que han entendido que por los malditos giros del destino, el presente de su cofradía le corresponde a ellos. Han sido cuatro años de mandato, y se repetirán otros cuatro más. Desde los veinte a los treinta, la juventud perdida o, de nuevo, ganada, según como cada uno quiera mirarlo.
Y aunque ya lo sabía, esta semana recordé que es ganada con total seguridad. No debe ser casualidad que la hermandad de las Angustias esté rodeada de jóvenes, cuando tienen una Madre que acuna a su Hijo, recién muerto, pero próximo a vivir para siempre así, abrazado en el seno de su Madre. El sueño de todo joven, supongo, vivir pendiente de su madre, arropándola, mimándola, haciéndola sentir la más grande de todas las mujeres, la más bella, la más hermosa, la más sabia.
No hay amor de verano que se compare con el amor de una Madre, por lo que no debe pesarles a los cofrades de las Angustias el tiempo que pasan en su Capilla junto a Ella. Todo eso pensé, mientras miraba el espectacular altar que están montando para su próximo besamanos, el que devolverá al culto a Nuestra Señora de las Angustias. Y me alegré de que una hermandad, sin hacer mucho ruido, haya conseguido unir de por vida a un grupo de amigos que se conoció allí, que supo resolver sus problemas allí, que se enamoró allí, que aprendió allí. Me alegré de que todo pasara allí.
Y me di cuenta de que la magia dependía de la que ahora mismo descansa en la Sala de Juntas, esperando impaciente a ser presentada en sociedad de nuevo, más guapa que nunca, tras la restauración de Paco Bazán y García Brenes. De Ella, de su mirada, de su presencia. Sin Ella, no hay nada en las Angustias. Sin Ella, la Capilla del Humilladero se convertiría, y cito textualmente a un sacerdote, en una cochera.
Así que seguid trabajando. Seguid, porque os queda muy poco para que Ella os vuelva a abrazar para remitir vuestro cansancio. Qué suerte tenéis de tener esa Madre...
(Publicado en LA VOZ, el 06 de septiembre de 2009.)

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