COFRADEMANIA

domingo, 16 de noviembre de 2008

La vida bajo un Castillo


La frase no es mía. Es de un amigo mío, un hombre cabal, de los que quedan pocos, y que tengo la suerte de poder leer hoy en la segunda página de este suplemento, como perfecto muñidor de esta cofradía que, poco a poco, va cogiendo forma. Y ustedes lo están viendo. Digo que la frase no es mía, porque se la escuché hace poco a Nene, que por si ustedes no lo conocen, se llama José Antonio Domínguez Mateos, y es uno de los cofrades más íntegros que he tenido la suerte de conocer.
Íntegro, como decía, porque es de los pocos que ha sido capaz de decirme a la cara cuando ha creído que estaba equivocado. Y eso hoy, en este mundo de fariseismos y de trivialidades, es una virtud que valoro mucho más de lo que la gente puede imaginar. Íntegro, porque me ha enseñado, y sin él pretenderlo, algunos valores que un cofrade debería tener más que presentes, como los fundamentales del cristianismo, que no son pocos. Es un cristiano convencido, de esos que sacan pecho por ir a misa y dar catequesis, de los que ponen y siguen poniendo la mejilla derecha cuando la izquierda la tienen ya roja como el capirote de la Cena. Y culto; extremadamente culto para su edad.
Así que me precio de ser su amigo, de aprender de él cuando me habla, y de que haya aceptado querer compartir con todos nosotros esta aventura de hablar de cofradías cada domingo con la libertad y el compromiso que da escribir. Libertad, porque nadie le dice lo que tiene que poner. Compromiso, porque dentro de unos años, siempre le podrán recordar lo que uno escribió, y aparecen los Judas, que están esperándote en cada esquina, para recriminarte que has cambiado, que no piensas lo de antes, sin darse cuenta que en la vida hay que evolucionar en pensamientos y en ideas, y que lo que hoy es negro la vida se encarga de demostrarte que puede ser el blanco más radiante de cuantos existen.
Pues a este hombre, que hoy al leer esto me mandará un sms diciéndome que me he pasado y que no merece nada de esto (así es mi amigo), le leí hace poco, con ese estilo tan revertiano que ha atesorado y que el resto admiramos, el titular de este artículo que hoy tienen entre manos.
La vida bajo el Castillo. Se ve diferente, Nene, llevas razón. Y desde que lo leí, te envidié porque me hubiera gustado saber describir como tú lo hiciste con esa frase de cinco palabras lo que se siente cada Lunes Santo, cuando el Señor planta su mirada en la plaza San Marcos y nosotros, desde nuestra humilde fe, miramos con profunda alegría las miradas clavadas en su mirada, y no en nuestros pies. Me hubiera gustado ser capaz de contarles algún día la sensación tan estremecedora que sentimos los que tenemos la fortuna de mandar un izquierdo con seguridad porque nos guían los mejores ojos. Ojalá pudiera contar cómo entregar una estampa tras el paso de misterio se ha convertido en una obsesión para mí...
Hubiera deseado, y no saben cuánto, saber expresar los sentimientos que me hicieron hacerme hermano de San Marcos, curiosamente el primer año que el Señor no salió a la calle, y lloré como un bebe tras el paso, como si mi propio Cristo no saliera. Por supuesto, y por si no lo sabían, fue el propio Nene el primero que vino a darme un abrazo, cuando notó que yo necesitaba el cariño de mi gente. Es posible que él no recuerde nada de esto, entre otras cosas, porque yo nunca más he querido hablar de esto.
Así que hoy, al leer su artículo, he recordado estas vivencias, todo lo que me hizo un día ser de la Cena. Todo lo que siento bajo el Castillo. Y estoy de acuerdo con él, la vida se ve mejor desde ahí, que desde fuera. Y como no sabía contarlo tan bien como él, me he limitado a envidiarle. Una envidia sana, y un orgullo enorme. El orgullo de un hermano.
(Artículo publicado en LA VOZ, el 16 de noviembre de 2008. Foto: Javier Fernández)

No hay comentarios:

Publicar un comentario