COFRADEMANIA

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Si te encuentra la Esperanza



Madrid. 18 de diciembre. Y sí, aquí también es la festividad de la Esperanza. Porque la Esperanza, como bien dice el refrán, es lo último que se pierde. Da igual que estés en Jerez, Sevilla o en la capital de España. Los que somos devotos de la Esperanza, lo somos en cualquier lugar del mundo. Así que cada dieciocho de diciembre miramos hacia nuestro corazón, que es donde puedes encontrar siempre a la Virgen, para darle gracias por tener una de las advocaciones más perfectas que jamás se inventaron.
Porque no lo podemos negar, siempre hemos acabado acudiendo a suplicar un último aliento, un nuevo empujón que nos acerque a los objetivos fijados. Por muy autosuficientes que seamos, siempre tenemos un momento de debilidad en el que creemos que no podemos más, que no tenemos fuerzas para seguir. Problemas personales, familiares, laborales o de otra índole pueden llegar a hacernos creer que todo está terminado, que no hay manera de seguir adelante con los proyectos que teníamos en mente. Y por eso, siempre es bueno que tengamos una Esperanza a la que agarrarnos con fuerza y decisión. Una madre, que nunca nos deje solos en el camino.
Y luego, pues le ponen ustedes el apellido que quieran. Le pueden decir Esperanza de la Yedra, y entonces les llegará una brisa de hierbabuena por el balcón de su casa, mientras su cara del color de las aceitunas inunda con pasión tu mirada, tus sentidos. Ese aroma a nardo y canela que sólo se huele por la Plazuela, cuando la Virgen encara las Puertas del Sol y se entrega a un barrio que la espera impaciente cada mañana del Viernes Santo, cuando las fraguas están ya remitiendo.
O le pueden decir de San Francisco, y entonces un aire de misticismo, romanticismo y misterio se apoderará de sus lamentos, para arroparlos con una nana silenciosa, cantada bajito, como sólo una madre sabe cantar a su hijo para que se duerma. Esa cantinela suave y cariñosa que calma tempestades. Ese momento íntimo que sólo sabemos valorar los que algún desafortunado día lo perdimos. Esa mirada perdida desde un convento céntrico del Jerez antiguo que es mirada de ternura.
También pueden decir que es expectación de María, y entenderán por qué los cofrades de la avenida no saben contentarse con la portentosa estampa del Cristo de la Defensión, y necesitan de la mirada dulce de su Virgen de la O para completar el gran misterio de su fe.
Pueden llamarla como quieran, les decía. Incluso como hago yo cuando la Yedra me abandona cada Madrugá para que pueda fundirme con mi ruán y esparto, y paso a llamarla Esperanza Macarena. Porque con mi ingreso en esa cofradía de Sevilla saldé una deuda que habla de enfermedades, y de rezos, y de esperanza, y de una mujer que sacrificó su vida por la de otros, y que me enseñó a amar la Semana Santa desde la puerta del Banesto de la Rotonda de los Casinos. Y salir con la negra túnica que llevó mi padre una vez de su Cristo de San Miguel, y la medalla de la Macarena en algún sitio escondida, no hace sino reafirmar mis creencias y mis propias raíces.
Así que llámenla como quieran, pero por nada del mundo dejen de lado a la Esperanza, porque Ella nunca les abandona a ustedes. Será siempre la centinela y guardiana de sus peores momentos, el bastón fuerte donde poder apoyarse y la llave que abrirá los portones donde se esconden las mejores soluciones.
No la olviden, pero si se les ocurre hacerlo, tampoco se preocupen. Ella saldrá a su encuentro, estén donde estén. Como ha hecho hoy, 18 de diciembre, conmigo, en la Colegiata de San Isidro de la capital de España. Aparecerse, como por arte de magia, para recordarme que Ella es, ante todo, Esperanza. Y en Madrid, también Macarena.
(Artículo publicado en LA VOZ, el 21 de diciembre de 2008)

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