COFRADEMANIA

viernes, 10 de abril de 2009

Ser de la Soledad


Llevaría su cántaro, con el agua fresca que mana de su boca, hecha de la mejor miel y azúcar. Moriría por Ella, porque cual templario negaría la razón más evidente bajo el calor de su eterna mirada. Mataría si fuera preciso por ser el trovador que defendiera que es el centro de mi vida, de mi fe, de mi existencia. Le gritaría a los cuatro vientos que la Soledad, sí tú, mi Soledad, es aquella a la que busco, tarde sí y tarde también, en la propia soledad de mi vida, cuando viajo sin destino y siempre acabo frente a un azulejo bendito que me recuerda la locura que a veces presiento. Ser de la Soledad no se elige, te viene impuesto por una vida a veces demasiado cruel, que Ella sabe concentrar en el poder de sus dos manos agarradas al clavo ardiendo de nuestra salvación eterna. Cómo se va a elegir ser de la Soledad, si es la advocación más grande que puede existir, en la que todos tenemos cabida, a la que todos alguna vez tendremos que enfrentar la mirada... Mejor aferrarse a esa mirada perdida, a su cintura coqueta, al leve desaire de su cuello que la obliga a no mirarnos de frente para recordarnos que sí, que la vida es soledad en algún momento, pero que Ella, desde su palio del color que el cielo quiera tener, nos ampara, protege y socorre. Siempre perdido en la Soledad, así quiero vivir. Siempre perdido en su manto, al que tengo la suerte de poder abrazar cada Viernes Santo. Siempre Ella. Siempre la Soledad. Siempre ella... Siempre, mi Soledad.
(Artículo publicado en LA VOZ, el 10 de abril de 2009. Foto: Martín Gómez)

No hay comentarios:

Publicar un comentario