COFRADEMANIA

domingo, 5 de julio de 2009

El Peter Pan de las cofradías


No ha habido uno como él. Y estoy absolutamente convencido que no lo habrá. Pedro Pérez es uno de esos cofrades que engrandecen el mundo de las cofradías con el simple hecho de nombrarlos. Desde hace años relegado a un voluntario segundo plano, su simple recuerdo nos lleva a los mejores momentos de la juventud cofrade, a un despliegue de medios al alcance de los más jóvenes para que amaran nuestra Semana Santa, con sus luces y sus sombras.
En el recuerdo quedan los campamentos de verano, con sus múltiples talleres y sus variadas actividades. Periodismo, flores, música, oración, historia... Todos estos temas fueron desgranados en su época como consejero por los mejores especialistas que había en la época. Para complementarlos, aparecían maniquíes para poder vestir, parihuelas de ensayo en la serranía gaditana, costales y molías, cassettes de música, noches del terror y gymkhanas.
Eso, y el mejor grupo de monitores que ustedes pudieran imaginar, donde ya por aquel entonces destacaban unos jovencísimos Antonio Moure, José Antonio Casas, Tomás Sampalo, Andrés Cañadas, Mateo López y un largo etcétera que consiguieron que aún hoy miremos atrás con nostalgia para resolver ciertos problemas del presente.
Eran épocas donde pensábamos que todo se podía solucionar con la colaboración y la amistad, con el compañerismo. Tiempos seguro mejores que estos, donde los jóvenes creíamos de verdad que íbamos a mejorar las hermandades y cofradías de la ciudad. Éramos unos ilusos, que a base de juegos y actividades, fuimos formándonos en el noble oficio de la Semana Santa. Casi nada...
Llegaron luego otros momentos, y el que fuera delegado de juventud de las hermandades jerezanas conoció los sinsabores propios de las propias cofradías, esas a las que había dedicado una década de su vida. Llegó el momento de ser hermano mayor, y un buen número de esos jóvenes fuimos a corear una vez más su nombre a la puerta de su iglesia de San Lucas, donde ganó unas elecciones que le llevaron a su sitio natural, el de máximo representante de su cofradía pese a su insultante juventud. Fueron años duros, que comenzaron con una interesante entrevista donde Perico, que es como le conocemos los que le queremos, dijo que a él le habían llevado a las hermandades las flores y los pasos, cuando lo políticamente correcto era decir que a uno la atraía la oración y el culto.
Le llovieron los problemas, y seguro que descubrió quiénes eran sus amistades reales, y cuáles las interesadas. Seguro que esos años al frente de su corporación le sirvieron más que a nadie para darse cuenta de cómo son de ingratas las cofradías. Y sin embargo, ni una mala palabra, ni una expresión más alta que otra...
No en Perico, claro. Porque en el fondo, él sabe que si alguna vez él renegara de nuestra Semana Santa, con él se nos irían miles de sueños, infinidad de momentos vividos a los que todavía nos aferramos. Por eso, porque él sabe que nos representa (este sí que sabe lo que es eso, representar a un colectivo), jamás se le escuchó una queja, una crítica, una reprobación a nadie. Igual es que aún hoy sigue creyendo en este mundo y se niega a crecer, como si fuera nuestro Peter Pan indestructible frente a tanto Capitán Garfio suelto por ahí.
Por eso me alegro que te cases, Perico. Por eso me alegro que sea rodeado de tu gente una vez más. Por eso me alegro de haber jugado, como tú querías, un partido de fútbol en julio a las doce del mediodía tres años después de haber jugado el último. Me alegro porque he estado ahí, tantos años después, manteniendo tu amistad. Esa que me recuerda que sí, que las cofradías pueden ser mucho mejores de lo que son, pero que depende de nosotros.
(Artículo publicado en LA VOZ, el 05 de julio de 2009.)

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