
Pero a lo que iba, a la Virgen de los Reyes. Me crucé con un señor que iba con sotana y vestido de color cardenalicio, y claro, si no sabía él donde estaba los Reyes, que era canónigo (en aquel entonces no sabía ni que existía esa palabra, claro) pues daría la misión por imposible. Le dije que había pagado una entrada exclusivamente para verla, y que me sentía estafado por la poca claridad de la Catedral sevillana.
La risa del sacerdote creo que se escuchó en toda la Catedral. ¿Que has pagado? Hijo, la Virgen de los Reyes te espera en el único sitio de culto que está abierto al público. Allí puedes rezar sin necesidad de pagar. Ven conmigo a devolver tu dinero en taquilla mientras te acompaño a ver a la Señora. Y allí que me llevó un sacerdote a ver a la que es Patrona de Sevilla y dueña de miles de devociones. Estuve un rato sentado, mirando sin descanso a los Reyes, ensimismado con la portentosa capilla que la guarda, imaginando liturgias imposibles con sones de órganos aterciopelados.
Quedé prendado de su cara, y así quise decírselo al sacerdote que hasta allí me había llevado, pero cuando me di la vuelta él había desaparecido. El único sitio donde no hay que pagar para rezar, me dijo, quizá sin saber que esa frase se me quedaría grabada de por vida. Pagar por rezar, eso es incompatible. Y mucho más, si es delante de la Virgen de los Reyes, que te espera, sevillana Ella, sentada a la puerta de su casa, con su hijo en brazos, y con una sonrisa velada en el rostro.
Desde entonces acudo fiel cada vez que paseo por el casco histórico sevillano a la llamada de su Patrona, y me pregunto por qué Sevilla, siempre Sevilla, hace las cosas así, tan cercanas, tan bien hechas. Por qué es capaz de enamorar a alguien que no es de allí de una Virgen gloriosa que cada quince de agosto luce maravillosa en su paso, rodeada de nardos e inciensos. Desde entonces me pregunto por qué no podríamos ser nosotros esos sevillanos que abren las puertas de sus templos, aunque sea pagando, y muestren lo mejor de cada casa. Y que siempre haya alguien te que te recuerde, con una amplia sonrisa, que para rezar no hace falta pagar.
(Artículo publicado en LA VOZ, el 09 de agosto de 2009.)
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